foto de carretes de hilo

Daniela es una mujer de 58 años con un título técnico en alta costura, que ha pasado la gran mayoría de su vida cosiendo y diseñado ropa. Hace más de una década, Daniela intentó poner su propio negocio de costura con ayuda de una incubadora de negocios de una universidad pública y aunque completó el curso requerido, al final decidió no iniciar el proceso del préstamo bancario “decidí no arriesgarme, tenía miedo de no tener éxito y terminar con una deuda.”

Lo intentó también con una incubadora estatal, pero llegó a la misma resolución, pues las condiciones en que se debía dar el préstamo eran muy similares a su anterior experiencia; “había que pagar local, pagar a una empleada, demostrar con facturas todas las compras, buscar contador.” No había espacio para comprar una máquina de coser usada, por ejemplo, o insumos de segunda mano como suele hacer y que, si bien serían gastos difíciles de comprobar, sí fomentan el comercio local y mayores oportunidades de adquirir recursos de calidad a buen precio.

Según el INEGI en 2018 solo el 26% de microempresas y el 39.8% de las PyMES aceptarían un crédito bancario. Tanto en las microempresas como en las PyMES la mayor de las razones para este rechazo es que consideran los créditos caros.

Fuente: Encuesta Nacional sobre Productividad y Competitividad de las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas (ENAPROCE) 2018

En 2020 terminó una relación laboral de casi 5 años con una boutique en la que diseñaba y cosía prendas, en su mayoría vestidos, que se vendían a un promedio de entre $2,000 a $3,000 pesos, aunque cuenta que el más caro llegó a tener un precio de 6,000 y del que dice; “se vendió muy rápido.”

Daniela recibía un bono del 1.5% por venta de cada prenda o conjunto y un pago extra si la realizaba el producto fuera del horario de trabajo. Inició ganando $750 pesos por semana y después de mucho tiempo e insistencias ya para el final de su época laborando en el lugar, la cifra se elevó a $1,200 pesos; “los primeros tres años y medio le di todo mi tiempo a la boutique, no me importaba, lo disfruté intensamente.” Daniela no solo cosía y diseñaba ropa, también, por iniciativa propia, limpiaba la bodega, trapeaba, barría el local y la calle que lo rodeaba y cambiaba los maniquíes de los aparadores.

Según el INEGI y la Cámara Nacional de la Industria Textil en 2018, en México había alrededor de 432 mil personas laborando en la industria de la confección, con una remuneración promedio de $8,925 pesos. En noviembre la revista Nexos calculó que eran necesarios, en el interior de la república, $14,725 pesos a la quincena por trabajador para tener una vida digna.

Después de dos o tres años a Daniela le ofrecieron seguro médico, pero ella debía hacer todo el papeleo para obtenerlo lo que le resultaba muy difícil, así que optó porque se le diera cada tantos meses el acumulado correspondiente. “Al final decidí dejar el trabajo por que sentí que estaban abusando de mí, no me sentía valorada, había mucho estrés.” En algún punto habló con sus empleadoras “lo que hago vale más” les dijo, “sí sabemos, pero vas a tener trabajo.”

Esta última frase resume el mal quintaesencial de los artesanos, artistas y demás personas que realizan trabajos desde la creatividad en México: muchos de sus empleadores creen hacerles un favor al contratarlos y lo que es peor, obtienen un amplísimo margen de ganancia (a expensas de los artesanos) al tener los medios para monetizar tales bienes y servicios, como dice Daniela; “el artesano no es buen comerciante.”

A pesar de todos los obstáculos, Daniela sabe que, por su edad y las condiciones del mercado, el emprendimiento es la única alternativa viable para ganarse la vida. Las políticas públicas existentes no han sido capaces de proporcionarle herramientas útiles, prácticas o económicamente seguras para emprender. Mientras tanto, ha decidido recurrir a toda una vida de recolección de telas, botones, listones y visitas a tianguis en busca de insumos: “Hago las cosas despacio, pero lo que hago, lo hago con gusto.”

Sobre el autor

Marisol Anguiano Magaña es Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de Colima y Maestra en Derechos Humanos por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

Foto de Héctor J. Rivas en Unsplash