el gasoducto argentino

Argentina es un país con una larga historia de búsqueda de mesías. Esto consiste en la idea de creer que una persona o proyecto será, en definitiva, la puerta a un mundo mejor. Lejos de las soluciones a largo plazo, gran parte de la sociedad argentina tiende a confiar a ciegas en las capacidades de un líder brillante o en la riqueza de nuestro suelo. Algo de esto parece estar ocurriendo nuevamente con la construcción del auspicioso gasoducto Néstor Kirchner.

En tiempos de guerra, el gas es una mercancía con alta demanda que Argentina pronto podrá comercializar. ¿Cuándo será eso? Los análisis más optimistas predicen que no será posible antes de mediados de 2023. Casualmente, es también el momento en que tendrán lugar las elecciones presidenciales, y las encuestas muestran al presidente Fernández en desventaja.

Con la inflación interanual más alta de los últimos 40 años (más del 100 %), es poco probable que un corte de cinta más incline el voto a favor del dilatado proyecto kirchnerista, que algunos ven en su ocaso.

Según la página oficial del proyecto Vaca Muerta, esta buena fortuna climática para la cosecha que trae dividendos es un “recurso de clase mundial que está cambiando la realidad energética del país”. Desde el caudillo Juan Manuel de Rosas hasta el General Juan Domingo Perón en el ámbito político, pasando por los futbolistas Diego Maradona y Lionel Messi en el deportivo, gracias a su malograda reciente historia nacional, los argentinos se mantienen esperanzados, aunque también escépticos e impacientes (con razón) a la espera de unos ingresos que nunca parecen llegar.

Mientras tanto, factores como la explotación medioambiental son ignorados en los países en desarrollo por urgencias supuestamente más apremiantes y relevantes.

Supuestos paralelos entre Noruega y Argentina

Ricardo Torres, fundador de la empresa de servicios eléctricos más importante del país, citó el descubrimiento y explotación de reservas de petróleo por parte de Noruega en la década de 1960, durante una entrevista televisiva realizada en agosto, con la intención de buscar un precedente exitoso.

En el marco de un gobierno unido por el miedo, y fracturado casi desde el principio, la vicepresidenta y líder del peronismo, Cristina Kirchner, pidió en junio a la empresa encargada de construir el gasoducto Néstor Kirchner, el gigante ítalo-argentino Techint, que “la chapa laminada que hacen en Brasil la traigan acá, con línea de producción para hacerla acá” ante la escasez de divisas que aún azota al Banco Central.

Las declaraciones de Kirchner expusieron un tembladeral, lo cual resultó en la renuncia del ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas. Fortuitamente, Kulfas había escrito previamente un libro muy crítico con la dos veces presidenta.

Kulfas había difundido una serie de mensajes a periodistas en los que acusaba a funcionarios vinculados a Kirchner de crear un proceso de licitación “a medida” de las necesidades de Techint. El director de la empresa, Paolo Rocca, lo negó terminantemente en la Asociación Empresaria Argentina, que reúne a las personalidades más influyentes de la nación.

Mesianismos y divisiones aparte, si el objetivo del gasoducto Néstor Kirchner es salvar o al menos ayudar a la Argentina, hay que consensuar a dónde irán los dividendos del proyecto. Para repetir el éxito de Noruega, este proyecto debe beneficiar a la población en su conjunto, apoyar una visión nacional y, por una vez, centrarse en el desarrollo con beneficios a largo plazo.

Foto por John Kinnander via Unsplash

Sobre el autor

Santiago Sourigues es periodista y redactor publicitario argentino. Actualmente trabaja para La Nación y es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires.